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INTRASCENDENCIAS  Rubén Sánchez   
En un lugar de Toledo llamado Méntrida no ha mucho que mora(ba) un madrileño de los del barrio de Aluche, treintaytantos años le contempla(ba)n por entonces. Vivía (etc.) en una hacienda de pocas varas, aunque no menos que las que hallarse podían en los aposentos al uso de la Villa y Corte, al contrario, […]

par : Redaccion.

INTRASCENDENCIAS  Rubén Sánchez   

En un lugar de Toledo llamado Méntrida no ha mucho que mora(ba) un madrileño de los del barrio de Aluche, treintaytantos años le contempla(ba)n por entonces. Vivía (etc.) en una hacienda de pocas varas, aunque no menos que las que hallarse podían en los aposentos al uso de la Villa y Corte, al contrario, que eran unas pocas más, con pedazo al aire libre por añadidura. Sudor e lágrimas habíale costado el allegar los maravedíes precisos para enseñorearse de la dicha morada, más aún cuenta habida de que el Reino habíase convertido en pasto de buitres e hienas los últimos lustros al menos y no es poco en lo que toca a razón de techado do cobijar la osamenta. Vivía nuestro hi d’alguno de un estipendio cuyo predio había ganado en buena lid durante las justas de Albeytería del año prolífico de dos e mil e uno. A las justas había llegado acuciado por la necesidad ya que bien es sabido y si non lo era lo fuere en adelante que los Albeytares son profesión que en el Reino encuéntrase por debajo de los barberos y apenas por encima de los quincalleros.

  

Ya de muy niño quedóse encantado sin remedio por los relatos que de lobos salvajes, ginetas boscunas, linces huidizos e águilas cazadoras trovaba el halconero mayor D. Félix Rodríguez. Con tales arreos y sin encomendarse a nadie acudió mano adelante mano atrás a la Escuela de Albeytería de Madrid esperando hallar alimento a su hambre de Ciencia y de Experiencia.

  

Años pasaron hasta cinco, de los cuales aprovechó menos para la ciencia que para la experiencia, y aún no mucha de la experiencia que buscaba encontró, sino de la que la vida ofrecía a sus jóvenes años, que de ella gustó en demasía aunque al final puso remedio no con pequeño esfuerzo y horas de trabajo como aprendiz en casa de albéitares y de estudio en casa de cualquiera que prestarle quisiera. Quiso, y no solo en lo que a estudiar se refiere, darle cobijo una gentil moza que estudiaba la materia, de manera que pasaban los días de claro en claro, y las noches de turbio en turbio, adquiriendo conocimientos del arte a la vez que conocimientos mutuos, y así pasaron meses que entre los mejores de su vida se contaran, rodeados de libros, de sueños y de una primavera que no parecía tener fin.

  Pero tuvo fin, como no de otra forma suceder pudiera, y hete aquí que vióse abocado a buscar el sustento en un arte y profesión que no era de las más boyantes aunque no carecía de interés en sus distintas facetas. El hado envió a la moza a las Extremaduras, a una casa de doctores y sabios que allí fundase el famoso encantador Mostachar, y allí debía quedarse por muchos años andando el tiempo. En el entretanto nuestro protagonista vivía más que malvivía, para su fortuna, realizando diversos trabajos que su oficio le procuraba. Un buen día pasó por allí un hidalgo cordobés acompañado de un rubicundo gigante que afirmaba en chapurreado español proceder de la Nueva Zelandia. Buscaban albéitares de coraje que osaran acudir a la Ingalaterra a erradicar un mal llamado de la Vacloca, o de la vaca loca, e ofrecían buenos dineros a cambio de poco menos que el alma. Viendo el panorama parecióle un trato justo e hizo vela a la pérfida Albión, donde transcurrieron con pena y con gloria dos años.   

Razones de peso, y el amor por su moza no la menor de entre ellas, ficiéronle tornar con el cambio de milenio. Hallándose de nuevo libre como un pájaro pero sin ocupación respetable buscó de qué yantar. Hasta cincuenta misivas relatando sus fazañas pudo enviar; no hubo respuesta. Tornóse pues a buscar empleo bajo la égida del Reino, que ya andaba años ha dándole vueltas al caso en su magín. Buscó maestro y encontrólo, que otro no lo había por entonces en esta tierra. Porfiaba dia sí día también incrustando en la sesera conocimientos varios e útiles por añadidura, sin saber a ciencia cierta en qué pararía aquello. A poco tiempo por ventura sonrióle Fortuna y tras ganar su lugar en las justas pasó a formar parte de las mesnadas de Albéytares del Reino.

  

Desde entonces puede encontrársele en en corazón de la Villa, bregando con afán y poco descanso por facer su cometido como mejor se le da a entender, no cejando salvo en escasos momentos, como aquéllos en que intenta liberar los monstruos de su imaginación escribiendo algunas líneas que solacen sus momentos de asueto.

  

Bueno, cada uno celebra el día del libro a su manera. ¿Usted no?

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